Había sido uno de los tantos proyectos de cooperación internacional que castigaron -¡y castigan todavía!- a la población asentada en el área de influencia de la Carretera Iquitos – Nauta. Fue como unos diez años atrás; se trataba de una rayadora de yuca, o fábrica de harina de yuca, la última de una serie que fueron instaladas a gran costo y con nulos resultados en esta zona, conocida por tener los suelos más pobres de la Amazonía. A menos de un km. de distancia se pudrían los restos de la última rayadora de yuca, producto de otro proyecto fracasado de la cooperación internacional. Los genios de la cooperación ni se habían molestado en verificar si había experiencias previas de proyectos similares y, menos aún, de evaluar las causas del fracaso. Tampoco se preocuparon, por supuesto, en verificar la potencialidad de las tierras, o en consultar debidamente a los futuros “perjudiciarios†del proyecto ni evaluar su disposición a involucrarse en una iniciativa condenada al fracaso por simple lógica. Sí, digo perjudiciarios, porque de beneficiarios nada. Los pobres campesinos aceptaban (y siguen aceptando) los proyectos que les caen con la esperanza de que les caiga algún jornalito por aquí y por allá, alguna herramienta o material, “y menos es nada, peâ€.
La fábrica de harina de yuca, como era predecible con dos dedos de frente o dos onzas de sentido común, fracasó. La agencia de cooperación envió a un funcionario (en realidad, una joven) para verificar los resultados. La chica se entrevistó con varios de los perjudiciarios. Max Druscke, cónsul de Alemania, quien acompañaba a la joven como traductor, me cuenta la escena: al final de la jornada, se encontraban en la casa de un anciano campesino, viendo desde la baranda cómo se ponían los rayos del sol, una de esas espectaculares atardeceres amazónicos que invitan a reflexionar sobre la vida y esas cosas... A medida que escuchaban las explicaciones del sabio campesino sobre los motivos del fracaso del proyecto, la joven se enfurecía más y más. Prometió entonces enviar una misión investigadora para determinar responsabilidades. El sabio anciano le puso la mano cariñosamente en el hombro y le dijo: “Amiguita, no me traigas más investigadores, por favor. Así no más que quedeâ€â€¦
Así no más que quede…
Efectivamente, no sé si hubiese sido mejor que se quedase así no más la Amazonía, sin consultor, ingeniero, supervisor y demás especies que pululan en torno a las sufridas comunidades amazónicas. En las últimas tres o cuatro décadas se han botado decenas, cientos de millones de dólares en proyectos de desarrollo supuestamente orientados a mejorar las condiciones de vida de los amazónicos, y lo único que han mejorado es las cuentas bancarias de los consultores, funcionarios, y demás’ comechados’… Sí, también en la cooperación internacional los hay, en todas las casas se cuecen habas. Me acaban de informar sobre las ‘coimisiones’ que cobran los funcionarios de un conocido fondo de cooperación internacional para aprobar proyectos. No necesito decir el nombre porque todos saben qué fondo concursable es, y además está bien decir el pecado, pero no el pecador. Claro que hay excepciones, que confirman la regla, pero de eso ya hemos hablado otras veces.
Durante los seis meses que duró el diálogo entre el Gobierno y las comunidades indígenas amazónicas, a raíz del Baguazo, se habló mucho del desarrollo de la Amazonía, y especialmente en la Mesa 4, que trataba justamente sobre el Plan de Desarrollo para las Comunidades Amazónicas. Recuerdo que durante una sesión escuché muchas quejas de los dirigentes indígenas sobre los proyectos de desarrollo. Pregunté entonces si conocían de experiencias exitosas de desarrollo que se pudiesen replicar, para recomendar al Gobierno que las impulsase. “Levanten la mano los que conocen una experiencia que haya beneficiado a las comunidades, y vamos analizándolas por ordenâ€, pedí como relator de la mesa. Ni una mano se levantó entre la casi treintena de dirigentes de todo el país. Sorprendido, pregunté al revés: “Levante la mano el que conoce de una experiencia fracasada, quizás podamos recomendar al Gobierno al menos qué no debe impulsarâ€. Todas las manos se levantaron.
No es de extrañar, por eso, que se diga que la Amazonía peruana es un cementerio de proyectos. Lo increíble es que siguen llegando nuevos cooperantes, nuevos funcionarios, nuevos consultores a diseñar nuevos proyectos, y ni siquiera se preocupan de mirar el foso lleno de cadáveres (de proyectos), o de preguntar a quienes estaban antes, o de investigar si existen experiencias previas, para aprender y no cometer los mismos errores: siguen cayendo en el apestoso hoyo, derrochando plata e ilusiones de la gente, que cada vez es más reacia a involucrase en nada.
Cuando me toca hablar a los jóvenes profesionales que trabajan o van a trabajar en proyectos con comunidades, suelo mostrar una diapositiva con tres fotos: una de un murciélago con orejas gigantes, otra de un mono musmuqui con ojos como platos, y otra de un oso hormiguero con su diminuta boca, y hago esta reflexión: cuando uno va a trabajar con las comunidades hay que ir con los ojos y los oídos bien abiertos y la boca cerrada, a mirar y escuchar, antes de hablar… Más o menos ése es el mensaje del ilustrador librito editado por el antropólogo Jorge Gasché, “Crítica de proyectos y proyectos críticos de desarrollo†(IIAP 2004), que debería ser la Biblia de obligada lectura para cualquiera que ose trabajar con comunidades amazónicas.
Recientemente fue aprobada -por fin- la ley de consulta previa para las comunidades indígenas del Perú. Esperemos que no sólo se aplique a proyectos del gobierno, sino también a los proyectos de la cooperación internacional. Esperemos que el reglamento establezca claramente los mecanismos de consulta, y no se reduzca ésta a la consabida pregunta: “¿verdad que quieres que te apoye?â€. Los recientes casos de comunidades indígenas de Loreto sorprendidas por dudosas organizaciones para involucrarse en oscuros negocios de carbono o madereros, sin que se les permita ni asesorarse debidamente ni acceder de forma transparente a todos los términos y condiciones del acuerdo, revelan que todavía falta mucho para que las comunidades amazónicas tomen el control sobre su presente y su futuro.
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